DE BIBLIOTECAS / Colaboración para el suplemento "Espacio Urbano" de El Financiero abril 2015

Resulta inevitable confrontar el concepto Biblioteca con el mega-popular y súper-cotidiano buscador Google, o con los servidores tipo nube y cosas así, o con un smart-phone si se quiere. Comento con mis alumnos recurrentemente esa especie de revelación que me supuso GoogleEarth, o más recientemente Uber. Esos avances de la tecnología –entre muchos otros seguramente– representan momentos puntuales en una línea del tiempo de la historia de la humanidad, cuya velocidad y aceleración producirán aún mayores revelaciones: the best is yet to come. Se dan por hecho en las apps por ejemplo. Cuando los actuales universitarios nacieron ya había computadoras, llevaban poco más de 10 años de existir en el mercado. Esto viene a cuento con una idea (de cierta ambición pedagógica) de asemejar el suceso de la creación de la primera imprenta moderna, por Gutenberg, circa 1440, con el lanzamiento de la primera computadora personal, la Macintosh 128k en 1984, para aterrizar en el concepto documento, que no libro, pero que coincide y aterriza en el archivo. Lo que representaron, tanto la imprenta moderna, como la computadora personal, son revoluciones y cambios de paradigmas en cuanto al conocimiento y la forma de vida de la humanidad.

Como arquitecto, la introducción de arriba, el cuerpo, la conclusión y toda esta entrada en términos de un blog, no será más que un intento de responder a la pregunta sobre el futuro de las bibliotecas y las bibliotecas del futuro. Memoria, archivo, acervo, o centro de conocimiento –de papel, electrónico, o digital– la biblioteca es un lugar, hoy por hoy tanto físico como virtual. En ese sentido, ¿de qué dependería la supervivencia de las bibliotecas reales? ¿de la fecha en que se erigieron? ¿de su monumentalidad? ¿de que sean visitadas por la gente? ¿de su acervo editorial? Una biblioteca no es sólo un archivo o una colección; se actualiza pero también custodia y preserva libros –documentos históricos–, la cultura y el patrimonio de una civilización. Tal vez, además de un lugar (en este caso edificio construido) donde se guardan libros.

La definición de biblioteca hoy en día contiene ciertos atributos sustanciales a su existencia: biblioteca es también un término cualitativo de cierto lugar tanto arquitectónico como urbano: tesoro, signo, icono, o lugar de encuentro. Se trata, en resumen, de una posibilidad, un derecho social de superación tanto personal como colectiva: conocimiento al alcance de la mano, a saber. En ese sentido, la biblioteca como espacio interactivo representa –de entrada– una confrontación personal frente al conocimiento, independientemente de su relativa condición pública o privada. Una primera conclusión: la biblioteca como espacio físico no es un lujo, se trata de una necesidad básica y fundamental de la sociedad en su conjunto (independientemente del momento histórico que vivimos); por eso, las configuraciones arquitectónicas de dicho espacio, independiente de su escala, han sido generalmente singulares. En resumen y en virtud de lo anterior, menciono algunos poquísimos ejemplos que me han interesado particularmente desde la perspectiva de su arquitectura y su programa:

La Biblioteca Nacional de Francia (Dominique Perrault, 1995) es un complejo de gran escala urbana configurado por cuatro torres (depósitos de libros) que aluden a una representación de libros abiertos que componen el espacio público –una enorme plaza– y el remanso que demanda la lectura al interior del espacio delimitado por una arquitectura impecable, volcada a un gran jardín botánico interior.

De una forma completamente distinta pero de atributos similares en cuanto a factura arquitectónica, la Biblioteca Vasconcelos de nuestra capital (Alberto Kalach, 2006) se presenta también como una especie de joya arquitectónica, acaso menos privilegiada en su contexto urbano. Se trata de una pieza monumental con un interior sumamente potente –y logrado– que es acervo, lugar de encuentro, y que integra salas de consulta y de lectura con vistas a jardines botánicos exteriores que son más bien accesorios del icónico interior. “Lo mejor es lo que ocurre en este gran recinto –me reiteraba el director de la biblioteca recientemente– un encuentro de toda la ciudadanía que viene a realizar aquí distintas actividades, allá hay gente haciendo coreografía, por ejemplo.”

Estos casos dan cuenta de que una biblioteca, como un museo, es una oportunidad urbana de enorme responsabilidad social. La Biblioteca España (Giancarlo Mazzanti, 2007) en Medellín, Colombia, es un caso famoso de dicho potencial en tanto tipología, en este caso como elemento de regeneración urbana atendiendo a los sectores más vulnerables de la sociedad. Mención especial merecen las bibliotecas de Rogelio Salmona en Bogotá, particularmente el edificio del Fondo de Cultura Económica, inserto en el Barrio de La Candelaria dentro del centro histórico de la capital colombiana: un referente que conocí hace poco tiempo.

En tanto colección y espacio público, existe cierta similitud entre una biblioteca y un museo. La tipología del museo ha incorporado funciones propias de las bibliotecas, tales como el archivo, la lectura y la investigación. El Newseum (Polshek Partnership Architects, 2008) en Washington DC, es un caso excepcional en un contexto altamente privilegiado. Hasta aquí diría que las bibliotecas lejos de desaparecer habrán de seguir adaptando sus programas arquitectónicos para incorporar las nuevas formas de conocimiento.

JVdM