Con Perspectiva 11dic2011 / Estilo. Una forma de ver la arquitectura

Si asumimos “la manera de hacer las coas” como la definición de estilo, veremos claramente la dificultad que representa responder a la pregunta: ¿(y tú) qué estilo tienes, o eres? En arquitectura es una pregunta recurrente porque hay muchas formas de hacer las cosas. Moderno, postmoderno, colonial, “neocolonial” contemporáneo, contemporáneo mexicano, clásico o minimalista, son más bien etiquetas que caracterizan una moda, género, o periodo artístico, si se quiere.

La palabra vocabulario por su parte, alude al “material formal y de elementos constructivos” a los que recurrimos (los arquitectos) para resolver nuestros proyectos. Por ejemplo, Luis Barragán, hasta hoy el único Pritzker mexicano, (equivalente al Nobel de Arquitectura) se hizo de un vocabulario “esencial” de grandes muros de color, patios interiores, jardines o espejos de agua, con los que logró producir una obra inusitada, de gran calidad y altamente reconocida en el mundo (aunque de una escala predominantemente menor, privada e íntima). Su vocabulario se formó con tiempo, y la obra que le dio fama no fue sino la de la última etapa de su vida profesional.

 Arquitectura siempre ha sido una carrera de noviciado largo; es común leer que los arquitectos antes de los 45 o 50 años todavía son jóvenes. Sin embargo hoy tenemos la impresión de que su tiempo de “gestación” pudiera acortarse gracias a la revolución mediática de nuestro tiempo (en referencia al fenómeno “garageband” experimentado por la música, o a las herramientas tecnológicas que dominan las generaciones más jóvenes), pero aún así es cuestionable. Teodoro González de León afirma que la arquitectura no se enseña, sino se aprende; y Antonio Attolini Lack asegura que se aprende haciéndola, de tal suerte que la madurez en cuanto a estilo propio u originalidad inclusive, depende del talento, ciertamente, pero mucho más del ejercicio profesional y de la experiencia.

 Si bien la reflexión hasta aquí alude al arquitecto como individuo, su trabajo trasciende a lo social desde el momento en que su obra ocupa y genera el espacio público. Hacemos  arquitectura, que a su vez se convierte en asentamiento humano, territorio construido, o ciudad. No se trata de una disciplina aislada que prefigura ciudades fortuitamente. José Villagrán García la define como un punto localizable en dos coordenadas: la del tiempo histórico, y la del espacio geográfico; en este sentido México es un país reconocido mundialmente por su arquitectura, el visitante viene y “se admira”.  La cantera, el recinto y el tezontle dominan una paleta de materiales que la gente asocia de forma natural con nuestro país y con nuestras ciudades, amén de nuestra riqueza pre-hispánica, de nuestra cultura y de nuestras tradiciones.

Nuestro patrimonio arquitectónico del siglo XVI, materializa el que se pudiera denominar primer estilo mexicano: la sed constructiva de los frailes y las órdenes mendicantes (Agustinos, Franciscanos y Dominicos) con la mano de obra indígena, produjeron una obra verdaderamente propia que trascendió forjando significativamente nuestra identidad. Los arquitectos regresamos y recurrimos reiterativamente a estas arquitecturas del pasado en una especie de “ejercicio nutricional”. En los conventos del siglo XVI, se percibe clara y perfectamente cómo era la forma de vida -casi se pueden ver a los frailes evangelizando en las capillas abiertas- y así, la arquitectura es reflejo inevitable de cómo vivimos.

El reconocimiento mundial de nuestra arquitectura tiene este fuerte buqué, pero el prestigio persiste hasta nuestro tiempo. Esta condición difícilmente descriptible de nuestra mexicanidad es el común denominador ostensible y predominante de nuestra arquitectura más apreciada.

JVdM