Con Perspectiva 30mar2013 / "Valle de Bravo (I)"

Valle de Bravo es un destino de descanso visitado mayormente por quienes vivimos en la Ciudad de México. Localizada al sur-poniente del Estado de México, esta zona del complejo Estado (que abraza dos terceras partes del DF, lo que implica una ingente conurbación y área metropolitana) se identifica con el Nevado de Toluca, que le da sentido de orientación e identidad mexiquense como Parque Nacional. Municipio y cabecera, Valle de Bravo está rodeado a su vez por los municipios: Amanalco, Donato Guerra, Ixtapan de Oro, Otzoloapan, Santo Tomás, Temascaltepec –el más extenso del grupo-, y Zacazonapan, por aquello de los paseos alrededor del Nevado en esta Semana Santa… quizás conocer la parroquia de La Asunción Malacatepec fundada por los franciscanos en el S.XVI en el Municipio de Donato Guerra valdría especialmente la pena.

El atractivo de Valle de Bravo resulta de sumar belleza natural (protagonizada por una laguna), más clima(s), más una diversa oferta deportiva, más oferta cultural sobre todo en lo artesanal y lo culinario…además de la cercanía con la zona poniente de la Ciudad de México. Ciudad Típica desde 1971 o Pueblo Mágico en 2005, los nombramientos de ésta y de otras ciudades remiten a la reflexión recurrente sobre la necesidad de salvaguardarlas de la modernidad –industrial, digamos- materializada en tabicón, balaustra de concreto, techumbre de lámina, aluminio –dorado mayormente- y pinturas de colores al azar, muy ostensibles saliendo a las carreteras: ya no son tan pintorescas como antes, ahora se percibe una especie de “backstage” de la modernidad LeCorbusiana o Miesiana inclusive…espejismos de arquitecto si se quiere, reflejos de otra “realidad”, otros territorios.

Valle de Bravo son “muchos Valles”: El Centro, el Club de Golf Avándaro –que no participa de la laguna sino de un espectacular campo de golf-, “La Peña”, Los clubes náuticos a pié de la laguna, como Izar -en la parte del lago opuesta al centro-, o el de Santa María, además de muchos ranchos y hoteles en las afueras que sólo participan de las bondades medioambientales de la zona.  La arquitectura “vallesana típica” se identifica claramente por un sistema constructivo tradicional a base de estructura de madera (gualdras y vigas) y muros de aplanado en color blanco con rodapiés color “rojo indio”. Es lúdico porque está expuesto y “presume” cómo trabaja.

La reflexión arquitectónica de la no poca obra de calidad que se ha producido allí, comienza desde el programa de necesidades de la arquitectura “habitacional de descanso”, que, a saber, requiere generalmente de una terraza como centro del todo. La particularidad del clima –refresca en la noche- se refleja en el uso cotidiano de la chimenea como común denominador arquitectónico; cada zona ha desarrollado tipologías más o menos propias amén de las variaciones al mismo tema o de los arquitectos más prolíficos del lugar.

En 1958 el arquitecto Francisco Artigas, autor del Hotel Avándaro determinó con fortuna una arquitectura que incorporó el tabique aparente, y que el fraccionamiento usó posteriormente en muchas de sus casas. Posteriormente, en 1973 Ricardo Legorreta incorporó su vocabulario en casa y estudio propios, ambos con cubiertas a base de troncos y en color “tierra del lugar”.

En 1990 Alfonso López Baz, Javier Calleja Raúl Rivas y Carlos Artigas construyeron la Casa-Rancho “Las Lajas”, -una obra maestra- que, en perspectiva, abrió la posibilidad de otras tipologías vallesanas desde el uso de materiales y geometrías nuevas. En el mismo año, Enrique Norten, Bernardo Gómez-Pimienta y Jorge L. Pérez realizaron una pequeña casa que tradujo elementos arquitectónicos tradicionales en una propuesta de exploración que desde la reinterpretación también contribuyó al enriquecimiento tipológico del lugar. Dejando hasta aquí por el momento queda pendiente una segunda parte del presente texto, con esta sucinta selección de obras forjadoras de la arquitectura de Valle de Bravo.

JVdM